En la balsa de La Medusa.

25 marzo 2012

Mi nombre es Alexandre Corréard, y puedo asegurar que lo que viví es real… (1816).

<<Me desperté sintiendo que me ahogaba. Dormido por el cansancio acumulado de sostenerme en pie horas y horas, y no porque desease realmente dormir. Tengo la lengua como un trozo inerte lijándome por dentro. Sólo deseo morir si lo que tengo es que morir o salir de este infierno en medio del mar donde no hay sombra, ni agua, ni pan, ni una superficie resto del naufragio donde no me llegue el agua a las rodillas. Es una cárcel en vida junto a muertos que se van sin despedirse, también cada día hay más almas agonizantes que dejan de sufrir en un paso mal dado hacia el fondo infinito, y luego están los que sobreviven delirando creyendo ver tierras en el horizonte y velas hondeando en las crestas rompientes del mar. Yo sólo veo a mi mujer y mis hijos. Me ayuda pensar en ellos, al menos como homenaje de despedida. Me vienen a la mente momentos pasados, entre ellos recuerdo una agradable lectura relajada de la Divina Comedia. Irónicamente ahora comprendo cada círculo infernal que recorrían los condenados. Sólo trato de descubrir, en esta prision de agua, por cúal de los pecados tengo que estar aquí; qué es lo que hice mal en mi vida para merecer esto. No tenía respuestas. En estos momentos el alma no las encuentra, sólo trata de mantenerse viva aferrándose al madero que está menos hundido. Podría sentir odio hacia el capitán o el gobernador, ya que por su culpa estamos aquí, a la suerte de las olas. Pero no les guardo más rencor que el necesario, ojalá algún día les pueda mirar muy muy cerca y hacerles probar el sabor de un tonel lleno de agua marina mientras duermen. Aquí lo disfrutamos a menudo…
Hace unos días estábamos todos sobre «La Medusa«, la fragata reconvertida que nos conducía a las costas de Senegal para gloria de Francia y sus nuevos territorios. Detrás de nosotros, tres naves de apoyo; la corbeta «Echo», el bergantín «Argus» y el transporte «Loire». Nuestro capitán aceleró el ritmo muy pronto, desde las primeras jornadas, por lo que dejó atrás a estos barcos. Nadie nos podía parar. Todos queríamos empezar una nueva vida en la tierra senegalesa, ibamos entremezclados con la tripulación, soldados, agricultores, herreros, constructores, maestros, ingenieros, etc; todos ellos junto a sus familias. Hacíamos turnos para dormir pero no nos importaba, era una situación temporal. Entre las 250 personas destacaba un grupo de favoritos comandado por el Gobernador y el repudiable comandante Richefort culpable directo del embarrancamiento del Medusa. El barco encalló a sólo 50 millas (80km) de la costa pasado el cuerno de Cap Blanc y para nuestra pesar con marea alta, lo que mataba cualquier esperanza de salir de aquella trampa arenosa. Estúpido capitán de toneles!! Nos comunicó a todos que debíamos abandonar la «goleta» o pronto seríamos presas del oleaje. El barco estaba desgraciadamente muy sobrecargado y la flotilla de salvamento de La Medusa no era más que cuatro chalupas más o menos grandes: un esquife, una pinaza, y dos botes. Y ahí continuó la desgracia humana que había empezado unos días antes junto al cabo de Finisterre, cuando la fragata en una violenta maniobra hizo caer a un niño al inmenso océano y no se realizaron maniobras de rescate, eso estaba grabado en nuestra mente.

Las diferencias sociales se cobró la primera víctima y ahora frente a las cuatro barcas de salvamento las víctimas se verán multiplicadas por minutos frente a las manos grasientas del Gobernador, que decidió abandonar el barco el primero junto a su familia y catorce remeros.
En la pinaza entraron veintisiete marineros junto al capitán protegiendo la barca del Gobernador. La tercera embarcación se llenó con cincuenta pasajeros distinguidos. Finalmente en el último bote entraron 45 personas mas.
En cada bote podrían entrar 50 personas por lo que el desaprovechamiento fue terrible, quedamos sobre el barco varado 150 pasajeros. Con ayudas de todos realizamos una gran balsa bajo la supervisión de Lavillete, el carpintero, con restos de mástiles, velas y tarimas; sobre la extensa pero precaria balsa se bajaron barriles con agua, vino y provisiones para poder aprovecharlos, supuestamente en Senegal. El Gobernador propuso avanzar con las cuatro botes, cada bote unido a la balsa por una maroma de la que tirarían arrastrándonos a los últimos supervivientes en dirección a la costa. Tras media hora de esfuerzo dirigiéndonos hacia nuestra salvación. La maroma del Gobernador se destensó hasta que comprobamos que había sido cortada y vimos como el esquife abandonaba al grupo para avanzar más rápido. La pinaza al ser la escolta del gobernador hizo idem y cortó su maroma acompañando al primero. Sólo éramos arrastrados por dos botes, el pánico empezó a cundir y lanzamos por igual gritos e improperios a nuestros supuestos salvadores. 150 personas gritando hizo un efecto atemorizante en los botes que mantenían nuestras maromas tensadas. Tras otra media hora de agonía insoportable los hombres que dirigían los botes que nos impulsaban cortaron los últimos amarres, lo único que nos unía a la vida, dejándolos caer al mar. Vimos alejarse los remos que propulsaban a los últimos restos de esperanza. Se hizo el silencio, nadie pudo gritar o hablar, sólo llorar…, el mar y el viento.>>

(La carta en este punto pierde firmeza en el trazo y hay palabras incoherentes, parrafos semiborrados o tachados con saña, tras una serie de hojas que no es posible trascribir… sigue el relato con el estilo firme del comienzo.)

<<Han pasado 10 días con sus noches, y nadie de los que seguimos aquí ha olvidado las caras de cada fallecido. Savigny, nuestro médico ha mantenido en todo momento la esperanza y ha ofrecido la poca ayuda que puede dar. Cúanto le debo, a él y a Lavillete.
Hemos sido los curanderos, los sacerdotes y los enterradores de 135 almas entre unos trozos sumergidos de madera con destino al fondo del mar. La primera noche murieron 30 entre mayores, mujeres y niños. La segunda jornada nos dejaron 60, la mayoría débiles físicamente, aunque los hubo presas del suicidio y otros llenando su panza con el vino que llevabamos en uno de los barriles cayeron por la borda en la oscuridad de la que no volvieron. A pesar de sostenernos sobre la balsa menos de la mitad del personal original los pies los seguíamos teniendo sumergidos todas las horas del día con heridas en carne viva. El tercer día cayeron no sé cuántos mientras el oleaje seguía sin respetarnos, pero lo peor llegó al cuarto día cuando una intensa tormenta descoyuntó la balsa poniendo a prueba las fuerzas de los menos afortunados. El quinto día fue inhumano aunque no empezó mal ya que conseguimos crear anzuelos artesanales con las insignias de los soldados lo que terminóen una captura deborada por un tiburón de tantos que nos acechaban. La desesperación dió rienda suelta a la locura y se empezo a beber la orina como única alternativa y lo peor fue incluso ver devorar la carne de los fallecidos arrancada por varios exaltados con los ojos casi en blanco. Su acción extrema se les volvió contra ellos mismos al sentirse desplomados moralmente esa misma noche.>>

<<Después de aquello la comida llegó del cielo, aunque no fueramos en aquel momento nada creyentes en un Dios misericordioso. Un banco de peces voladores apareció sobre las olas atropellando nuestra balsa literalmente. Muchos de ellos fueron atrapados y almacenados en un barril. Por supuesto que los devoramos crudos, e incluso algunos seguían aleteando espasmódicamente tras los dos primeros mordiscos. En la séptima jornada a pesar de cobrar nuevas esperanzas nos golpeó un mar violento que arrastro a 30 personas más, entre ellas nuestro querido grumete León. El octavo y noveno día los cuerpos empezaron a reventar por culpa de la gangrena, la deshidratación, la insolación y el frío. Así que al décimo día sólo llegamos 15 personas. Qué ironía ahora la balsa donde antes estábamos hacinadas 150 personas, ahora nos parecía un lugar inmenso.
Nunca olvidaré la voz de Thomas, el timonel, gritandonos que allí, a lo lejos veía un barco… habíamos creído ver ya tantos barcos que eran simples espejismos que no le dimos mayor importancia, hasta que uno a uno nos incorporamos y nos alzamos unos con otros sobre la parte más alta de la balsa donde estaban los barriles atados al mástil. Sí, era cierto. El Argus venía hacia aquí. Llorábamos y no dejábamos de agitar los brazos. Todavía me emociono al recordarlo. Nunca nada fue tan duro para nuestras vidas. Nos salvamos!!. Pero al sobrevivir nos quedó marcado para toda la vida el recuerdo de las 135 personas que vimos morir. Mi recuerdo será siempre para ellos …>>

«La Balsa de La Medusa» (Gericault)

 

Tras el rescate de los supervivientes, las autoridades de La Medusa trataron de acallar sus voces, y en parte lo consiguieron salvo unas pocas excepciones como las de Thomas, Savigny y Corréard que consiguieron escapar y llegar a Francia para denunciar los hechos. La opinión pública se hizco eco y el escándolo fue mayúsculo. En 1818, el pintor Géricault quisó acrecentar la leyenda de estos héroes y los reunió para conocer los hechos de primera mano. Tras oirles detenidamente sintió la necesidad de reflejar su terrible experiencia en la obra que se llamará «La Balsa de La Medusa», tardando casi un año en su realización. Finalmente el capitán fue enjuiciado y se depuraron responsabilidades calmando a una población indignada. Los supervivientes vieron restaurado su honor tras el juicio y publicaron un libro titulado: «Narrative of a voyage to Senegal in 1816».


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